18 enero 2007

Reseña de Monseñor José A. Marozzi

Yo tenía 14 años, corría el año 1921, un día mi santa madre me dice si me gustaría ir a estudiar de sacerdote, mientras mi padre (Don Pedro) se sonrió, como una alegría interior, no dije nada. Mi única respuesta a Doña Anunciada y a Don Pedro fue una sonrisa.

Hable con mi hermano Lorenzo y sobre todo una tarde sobre este asunto.

Sabia bastante bien todo lo que significaba la vida sacerdotal, me sentía atraído, no conocía ningún seminarista (estudiante) del pueblo, no sabia donde habría colegio para esto, no frecuentaba la casa parroquial, etc., aunque a la misa dominical íbamos todos y también nuestros padres.

Ya madura la respuesta, le di la respuesta a mi madre, “que me gustaba ir”. Los tramites: mi hermano Nazareno pregunta o mejor habla con un sacerdote del Seminario de Guadalupe, Santa Fe y le dice que puedo ir. Sin más tramites preparan el colchón y la ropa corno para un internado, sin avisar al Párroco, sin ningún documento y con Nazareno fuimos a la estación del ferrocarril, mientras, me parece Lorenzo con una carretilla llevaba mi colchón y mi baúl, y embarcamos.

Se encargo a un mateo que llevara mis elementos al Seminario y nosotros tomamos el tranvía Nº 4.

Y así llegarnos al Seminario con gran sorpresa del Padre Rector, Rodriguez Zia, este es aquel que una vez hablo para ingresar al Seminario, por supuesto con sonrisas, etc., mientras íbamos avanzando dentro del Seminario pasamos junto a la capilla, llena de muchachos, todos arrodillados, en silencio, y el rector me dice: esos son tus compañeros. En cuanto a la documentación el se iba a hacer cargo.

De allí, me llevaron al comedor, después a un partidito de fútbol, luego estudio (que no estudie nada), no tenia ningún libro, ni lápiz y a la primera clase.

Ya hacia un mes que funcionaban las clases y la lección era la primera declinación del latín. Yo me preguntaba de donde habían salido estos chicos que hablaban un lenguaje desconocido. Así que para los estudios, máxime que nadie me llevaba el apunte, fue difícil, pero llegué a pasar el año 1921.

Los 11 años de Seminario encontré un intenso compañerismo, una profunda piedad, un ambiente sencillo, que a mi me gustaba.

Así fue entrando cada ver más en profundidad en mi ideal sacerdotal, sin dificultades ni titubeos, lo que yo sentí allá a los 14 años, se iba apuntalando con razones mas convincentes, etc.

Analizando un poco este episodio es lo que se afirma: La vocación sacerdotal es fruto de hogares profundamente cristianos.

Terminaba mis estudios en 1932, ese año -a mitad de año- muere nuestro obispo, Monseñor Boneo. No hay Ordenaciones sacerdotales a fin de año; hay que esperar al nuevo Obispo, yo era Diacono. Llega en Diciembre de 1932 Monseñor Fasolino, y me consagro sacerdote el 6 de Enero de 1933 en la Catedral de Santa Fe y el 8 de Enero – domingo – celebro la primera misa en San Carlos Centro, siendo el predicador el Padre Antonio Biagioni, Párroco de la Iglesia del Carmen de Santa Fe.

Entre los muchos parientes presentes debo destacar al tío David, de Rosario.

Estaba animado de un gran espíritu. En cuanto a la preparación para la primera misa, no hubo ningún inconveniente en la 1glesia. El Párroco, estaba ausente por enfermedad, el Padre Pellicano; el sustituto un español, que se lavó las manos y decía: yo no entiendo nada, y así solito con el sacristán iniciamos el sábado a preparar: embanderar la torre, repique de campanas, las sedes para los ministros del altar, y posibles sacerdotes y seminaristas asistentes, para los padrinos, ubicación. de los parientes, Ornamentos, etc.

Y el domingo todo resulto lindo, fue de primera. Hay muchos detalles que mis hermanos y parientes los vivieron.

Me designaron Vicario Cooperador de la Iglesia del Carmen de Santa Fe, Párroco el Padre Biagioni. Fue mi primer ministerio sacerdotal. Lo que yo pensaba, ahora lo vivía en la realidad. Excelente Párroco y gran apertura en las almas.

A fines de ese año, Monseñor Fasolino, me designa para atender la Parroquia de Malabrigo, poblaci6n distante a 250 kilómetros al Norte de Santa Fe.

No conocía aquello, sucedía al Padre Cicera. El contacto fue más pleno con esas almas tan nobles.

Comuniones pascuales de jóvenes, de señoritas y después de sus misas un día completo de campo, con deportes, etc.; de niños, de señoras, de hombres. Esos encuentros eucarísticos calaban muy hondo en la poblaci6n y en el campo. Organizaciones masivas por sectores, etc. Hogo una semana espiritual en Romang, población distante a 50 kilómetros, visito las familias y cada ves, veía mejor que la población era muy noble en su respuesta. Se construye una capilla en Berna, etc.

En este tiempo, vienen de San Carlos Centro, mi madre y Maria Esther, mi hermana, fui a buscarla en auto.

En 1937 recibo de mi Obispo el aviso de hacerme cargo de la Parroquia de Villa Ocampo, población que estaba nás al Norte unos 160 kilómetros de Malabrigo. Sustituía a los Padres Siervos de Maria. Parroquia que tendría unos 80 kms. par 70 kms., con unas 20 escuelas -distintos ambientes-, colonias, Montes de la Forestal, población obrera, etc., con un amplio y variado campo de Pastoral.

Allí entube hasta1947 -o sea 10 años- en esa fecha el Obispo me pide que me haga cargo de la Parroquia de Rafaela estuve hasta 1957, -o sea 10 años-. La población rafaelina a igual que Villa Ocampo respondió con mucho entusiasmo a las iniciativas parroquiales. Como estamos dentro del ámbito que Uds. conocen no me detengo.

Ese año 1957, muere mi madre y al mes recibo una comunicación de la Nunciatura que el Papa Pio XII, me pide que como Obispo me haga cargo de la Diócesis de Resistencia, o sea de la Provincia del Chaco.

Silenciosa y secretamente tenia muchos informes y eran exactos... sobre mi.

El 18 de Agosto me consagraron Obispo allí mismo en Rafaela; vinieron delegaciones de Resistencia, etc.

Era un apostolado distinto, máxime, que yo nunca había actuado dentro de las esferas de una curia., etc.

El 5 de Octubre de ese año 1957, me hice cargo de la diócesis, estuvieron presentes Juan y doña Adela, a los 17 horas con un calor que todavía lo siento.

El Chaco 100 mil kms. cuadrados, con poblaciones a 500 kms. de la sede, etc. sin un metro de pavimento.

De inmediato comencé a recorrer lo Provincia, tratando de conocer palmo a palmo la realidad que a mi me interesaba, que elementos humanos había, que elementos de consagrados había y como eran atendidos y así estaba afuera una semana, 10 días, 15 días, visitando los establecimientos educacionales, etc.. Así me di cuenta cual era la realidad espiritual, etc. del Chaco.

Admire el heroísmo de los misioneros y misioneras, verdaderos campeones de la evangelización y del sacrificio.

A los cinco años de estar allí, pido al Papa que me divida la diócesis que era excesivamente grande para hacer -como obispo- un trabajo efectivo.

Y así se hizo, creándose la diócesis de Saenz Peña.

Me di cuenta que el Pueblo chaqueño, era un pueblo de profundas raíces cristianas y que sabían responder con entusiasmo a las diversas iniciativas y que el clero y !as religiosas gozaban de un enorme prestigio moral.
Y así fueron aumentando el número de sacerdotes y religiosas.
Del Canadá llegaron hasta 18 el número de misioneros, y con dos congregaciones de religiosas, y así de otros países aunque en menor escala.

Las comunidades argentinas reforzaron sus casas y vinieron algunas nuevas.

Así en la ciudad de Resistencia al llegar al termino de mi mandato el 1º de abril de 1984, había al comenzar, 12 centros o Iglesias para el culto y al terminar se llegaba a 85, y algo parecido en el interior. Es verdad que la ciudad también creció, actualmente el gran Resistencia cuenta con unos 270 mil habitantes.

Los sacerdotes y las religiosas fueron los grandes promotores del empuje cristiano.

En muchos de ellos diría que trabajaban excesivamente.

El 2 de abril de 1984, al día siguiente de entregar la marcho de la Diócesis al nuevo sucesor, Monseñor Juan José Iriarte me vine al Cottolengo Don Orione, ubicado en la localidad de Claypole, Provincia de Buenos Aires, porque entendía desde este lugar podía desarrollar mi ministerio en bien de las almas.

La verdad que hay un amplio campo de acción pastoral y aquí estoy recorriendo la recta final hasta que el Señor baje la bandera a cuadros.

No tengo palabras de suficiente gratitud a Dios por haber sembrado en mi camino de tantos y excepcionales beneficios.

De propósito quiero dedícale unos párrafos finales a mi madre que me acompaño casi 23 años junto con Maria Esther.

Un día el Papa, San Pio X le mostró a su buena madre el anillo de Papa haciéndole ver que lindo que era, y esta sencilla y santa mujer le mostró ella también su anillo de matrimonio y le dijo: “Si yo primero no hubiera tenido este anillo, tú hijo, no hubieras tenido ese tampoco”, 10 puntos a esa madre.

Al llegar al ocaso de la vida, siento una gran satisfacción que dos sobrinos son sacerdotes y un tercero esta próximo a recibirse, con toda la pujanza sobrenatural siguen dentro de la familia iluminando y siendo fermento de santidad en la gran familia. Podrán decirles a sus madres: Mira estas manos que perdonan sacramentalmente, escucha la voz de Cristo que se prolonga a través de mis labios, escucha los latidos vivientes de Jesús frutos de los poderes divinos y sacramentales de mi corazón. Esas madres le podrían responder nos prolongamos vivamente a través de Ustedes porque nosotras en nuestras manos hemos llevado primero estos anillos.

Mi madre ha experimentado mucho gozo, caló mas hondo en su ya noble santidad. Unos pocos días antes para partir hacia Dios le pregunté que pensaba acerca de sus hijos y sin vacilar y espontáneamente me respondió: “mis hijos todos me quieren y me cuidan como una flor”.

Muchos de vosotros como la población rafaelina compartieron el dolor de su desaparición. Como sus restos mortales velados en la Iglesia parroquial se rezaron en forma continuada día y noche el santo rosario.

Algo parecido debemos decir de aquellas madres que tienen alguna hija consagrada a Dios. El testimonio personal de su vida y el servicio que presta a la sociedad en sus variadas y múltiples actividades son impagables. Doy testimonio de ello. Es la prolongación agigantada de estas maternidades privilegiadas.

Al despedirme va un consejito para mi sobrinada: Les deseo a todos que lleguen a los 80, pero que no se apuren porque cuando la escalera se apoye en los 80 comienza a crujir.


Cariñosamente





1 comentario:

betiana marozzi dijo...

rudi yo tengo ese libro que habla de la vida del monseñor